jueves, 9 de mayo de 2013

La llamada perdida y la esperanza del parado

10.09 horas. El teléfono móvil no suena pero advierte de la llegada de un mensaje. "El teléfono 609....... le ha llamado". Ese número no me resulta familiar. Y ahí empieza la agonía del parado, del desempleado, del vago (en el argot de algún político del partido que gobierna), de uno de los ¡qué se jodan! (tal y como le dedicó a los 6 millones la hija de un tipo que está imputado por no sé cuántas causas, ella las conocerá y bien). Quién me habrá llamado; seguro que era de aquella empresa a la que envié el CV porque pedía un director contable y yo, sin duda alguna, doy el perfil. Quizá es la multinacional que requería la licenciatura y el MBA e idiomas (inglés y francés); ahí, sin dármelas de enterado, lo clavo porque tengo experiencia para el puesto que ofertan, estudios de postgrado y, a las lenguas requeridas, añado el alemán (¡qué bien hice cuando me apunté a aquel curso de iniciación al idioma de los que hoy dominan Europa!).

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Esa llamada perdida, no contestada por qué... la verdad es que no estaba haciendo nada con el móvil pero no sé qué diablos ha pasado. Esa llamada se transforma en una esperanza, en una luz, ténue, demasiado débil, pero una luz al fin y al cabo en el túnel del desempleo.

A partir de ese momento el teléfono no se separa de mí. Cualquier actividad está acompañada de la presencia del terminal (como lo llaman las compañías), casi como si de mi propio hijo se tratara. Como con él a mi lado, pero no suena. No hay que ponerse pesimista. En los informativos hablan de la nueva cara del presidente del Gobierno; es como si el tinte que se aplica al cabello se lo hubiesen impuesto sus asesores de comunicación para vender de nuevo esa Marca España. Se muestra optimista y vuelve a deslizar primero y a afirmar después que las cosas se van situando donde su equipo ha previsto que lo hagan. Me da incluso la impresión de que casi en algún instante está a punto de decir aquello de "España va bien" o "viva el vino". Tal vez es cierto y esa llamada que espero, que estoy seguro de que se repetirá, es la de la empresa o la multinacional.

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Pasan las horas y el móvil no suena. Compruebo una y otra vez que disponga de la cobertura necesaria porque una segunda vez el teléfono apagado sería nefasto. También me cercioro de que no está en posición de silencio. Quienes me ven, observan aunque no preguntan.

El tiempo sigue transcurriendo sin que haya novedades. Es de noche, una hora en la que es imposible que se produzca la ansiada llamada pero ahí está, mi compañero de viaje, a mi lado, a punto para vibrar y sonar... pero nada.

Al segundo día sin llamada la esperanza empieza a difuminarse siguiendo el camino de la normalidad, la normalidad del parado que con carrera, máster, experiencia e idiomas vuelve a retomar su quehacer diario de enviar CV a través del ciberespacio y quién sabe si a empresas también virtuales o fantasmas. La esperanza es de nuevo angustia, hastío, desilusión por un futuro más que incierto. No hay llamada y regresamos a la cruda realidad. La imagen optimista de antes de ayer del presidente no es más que una pose que ya muy pocos se creen en la audiencia que compone la opinión pública.

Por cierto, al cabo de varios días, suena de nuevo el teléfono. Es el mismo número. Movistar me ofrece 'el mejor contrato de mi vida' por cambiarme de compañía. La esperanza del parado se limita a una rebaja en la factura del móvil. Así es la vida.

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